lunes, 31 de mayo de 2010

Dos amigos



Me contó que se encontró a Cervantes, manco ya, tratando de hojear un libro. Se había afeitado la barba y llevaba el pelo revuelto pero lo reconoció enseguida. Se paró frente a él y le dijo:




- Cervantes, ¿verdad?




Don Miguel miró a un lado y al otro y después centró su mirada en el extraño y preguntó: ¿Se dirige usted a mí?




- Sí, a usted, vuesa merced, a usted, creador de historias de molinos y gigantes, gigantes y molinos. A usted que dio vida a Don Alonso de Quijano y a Sancho. ¿Acaso vuesa merced ve otro Cervantes por aquí? -Esto lo dijo levantando ambas manos al cielo y también su mirada. En éxtasis.




Cierto es que ya me habían avisado que mi amigo solía ver muertos en lugares insólitos. Y no muertos cualesquiera, si no muertos de antaño, de los que ni apenas huesos les queda a su esqueleto. Dispuesto a creer le pregunté qué movió a Don Miguel tan lejos de su tumba y de su siglo.




- Los grandes escritores no dejan de leer ni muertos -contestó.




Y aquí me hallo, a varios años de mi existencia, buscando a Don Miguel, a Don Francisco, a Don Lope y a Don Federico, entre libros y libros. Salen de parranda los cuatro cuando hay una Feria. Hoy estoy en la de Málaga, en el parque, y aún no los he visto. Les gusta esconderse entre las nuevas generaciones, pero su porte los delata. No tardaré en darles alcance.




- ¡Al galope, al galope! -grito golpeándome la cadera. Troto entre las casetas y las palmeras, relincho a los transeuntes y me abro paso. Todos se apartan. Me respetan. Me han reconocido. A pesar de mis ropajes, lo han hecho. Sonrío. Elevo el mentón. Pierdo el equilibrio. Caigo. Vuelvo a ponerme en pie. Sonrío de nuevo y grito de nuevo: ¡Al galope! ¡Al galope!




Y me abren paso.




Mi amigo se ha sentado junto al viejo del tarot. Quería leerle las manos, pero ya no tiene huellas, así que le está echando las cartas. Es una tirada larga, para la vida eterna. Ve muchas letras y muchos libros y una vida de fábula. Le pregunta si ha estado vivo alguna vez. Mi amigo se tapa los ojos, no quiere ver la carta delatora, luego se tapa los oidos y me dice: óyelo tú, míralo tú. ¡No quiero saberlo!




Le he dado unas monedas al tarotista y le he dicho a mi amigo que es hora de larganos.




-¿Adónde? -me pregunta sorbiéndose los mocos. (A veces llora desconsoladamente y yo tengo que ofrecerle mi hombro. Hoy le he dado un pañuelo de papel. Es lo que se estila en estos tiempos. La gripe A ha hecho mella en los de tela, ya nadie borda iniciales, todos tiran sus mocos a la papelera).




- ¿Adónde? -repito la pregunta mientras busco una buena respuesta. Me rasco la cabeza sin temor a encontrar piojos. Ya no se estilan tampoco. Es difícil responder a preguntas tan cortas, vivamos en la época en que vivamos. Adónde. Es difícil pasear por Málaga, hay demasiadas zanjas, por el Metro digo, por las reformas digo, por los cambios de líneas telefónicas y por las obras del carril bici. Hoy me tropecé con unas cuantas, todas por medio de la carretera. No les gusta el carril que les han regalado, tiene un color demasiado chillón y no sienten el temor de ser atropellados. Al final siempre se trata de la adrenalina. Yo mismo morí por culpa de la adrenalina, no del carril bici, que entonces no había. Fue un subidón de versos, pero no me gusta hablar de eso, aún se me remueve algo aquí adentro, en los tuétanos. Y me siento en un banco y veo pasar a Jacob. Es que él también lee. Levanta la mano. Va vestido de blanco aún, el jodío.


- Saludos a Némesis le grito.


- Tu puta madre - dice. Me habré confundido. De haber sido él me habría invitado a beber agua de La fuente de las Tres gracias y luego me habría dicho "ahora eres como yo". Y yo sería el nuevo número uno y necesitaría un buen número dos. En este caso dejaría de ser el escudero, y sería el ingenioso hidalgo. No creo que mi amigo esté dispuesto a un cambio de papeles a estas alturas. Aunque ya no somos los mismos. Ya nadie es el mismo. Ni siquiera recuerdo cómo se hablaba en mi siglo o qué se hablaba por entonces, pero para eso están los libros, para encontrarnos todos, los de antes y los de ahora y los de después. Y sólo mantendremos el nombre. ¿Qué somos sin un buen nombre?




Pero míralo, es él, al fin lo veo. Es Don Miguel. Pero qué pintas me trae.




- ¡Miguel! -le grito levantando los brazo y corriendo hacia él- ¡Don Miguel, que soy yo, Sancho!








I.M.G.








jueves, 27 de mayo de 2010

Antes de dormir

No voy a reconciliarme con Picasso a estas alturas.
Se me quedó grabada su imagen, entre ceja y ceja, el día que pisé por primera vez el Instituto. No me gustó su mirada desde el cuadro que daba la bienvenida cada día a los alumnos. Eso es todo. A veces puedo ser así de superficial. No me interesé por su obra, sólo por el año de su muerte, el mismo año que nací yo. Desde entonces estamos enemistados.


Él me sigue mirando de reojo desde cualquier rincón malagueño y yo aprieto el paso, vuelvo la mirada hacia otro lugar y le digo que sí, que me encanta el Guernica, que no me canso de mirarlo y que sufro por no verlo colgado en la nueva estación de trenes María Zambrano. Le digo otras muchas cosas y él a veces se carcajea, pero son bromas nuestras, contarlas al detalle le harían perder su chispa y su ironía. Pero no es de Picasso de quien quiero hablar. No me sonsaqueis, que no voy a hablar.


En fin, se trata de su anorak. Sí, Picasso tenía un anorak, como cualquiera, ¿por qué no iba a tenerlo?. Y no, no lo encargó a un modisto parisino, y no, no estaba pintado por él, no era un anorak tuneado por sus pinceles. El encargo lo hizo a un sastre de Barcelona, padre del escritor José Antonio Garriga Vela. Y de esto sí que quiero hablar.


Llevo varias noches vistiéndome con este anorak, justo antes de dormir. Picasso me lo ha prestado. Ya he dicho que somos amigos. O no. No, no lo somos, de acuerdo, lo dije antes, aún no nos hemos reconciliado. Pero me lo ha prestado, ¿qué hay de malo? Yo me lo pongo y me queda bien. Subiré una foto un día de estos, aunque entonces también querreis tenerlo. Está bien. Me lo pensaré. Pero sabed que El anorak de Picasso es una historia verdadera. Si no me creeis acudid a una librería. Ahí teneis todos los datos. La clave es: Candaya. (Pero yo no os lo he dicho ;-) )



Es un libro interesante. Acudí a su presentación en el Aula de Cultura Sur de la Plaza de las Flores de Málaga. Cuando terminé de oir la presentación del escritor Juan Bonilla, ya quería tener el libro en mi poder, pero aún tenía que oír a Garriga, el escritor del mismo, y a Pablo Aranda, (que esta vez no dijo ni mú), y a Olga, la editora. Cuando algo me apasiona, y de repente ese libro, del cual sólo conocía la portada, lo hacía, necesito tenerlo ya y para siempre. Ahora no puedo soltarlo y me llama desde el escritorio. Y lo acuno antes de disponernos a dormir. No considero, a mi entender, que sean relatos. Tampoco novela. Pero engancha. Sí que engancha. Y yo quiero escribir como él, con su sencillez y su maestría. Y abro una página y leo: Ahora voy en el tren, de regreso a Málaga. Y yo también quiero regresar, pero no puedo, porque estoy aquí, pero regreso con él, embargada con su sentimiento. (Cursilada. Lo sé. Apuntada queda) Yo también estoy viajando, en pijama, desde mi cama, (ups, cacofonia), hacia mi ciudad. Y llego a la estación y no está el Guernica.





Llego a la página 91. El escritor no siempre es consciente de todo lo que escribe. Cierto, digo mirando cientos de folios acumulados encima de mi escritorio. Si no existiera el lector no habría literatura. Cierto, digo mirando todos los libros que acumulo en las estanterías. Escribir es callarse. Joder, cierto también.





Y me callo y cojo la pluma. La compré en Hofburg, el palacio de Sissí. ¿O en Shombrung? mmm, en uno de ellos. Tiene la punta de un boli Bic. Era de las baratas, pero da el pego. Quiero usarla como hacía Jane Austen para escribir sus obras maestras sobre aquella mesita, a la luz de la mañana de su casa en Chawton (Alton). Y estuve allí y una mujer, no sé de qué nacionalidad, se dejó un par de zapatos de tacón en la parte trasera de un taxi. Los cogí y me los puse. Anduve por toda la campiña inglesa. Al final los abandoné en Londres. No eran de mi número ni caminaban leguas. No he logrado escribir nada hoy tampoco.





Llaman a la puerta, me quito el anorak. Es Jean Rhys. ¿Quién? Jean Rhys. ¿Quién? La del Ancho mar de los sargazos. Ah, vale. Entiendo. La que escribió sobre la mujer loca del Sr. Rochester, ese del que se enamoró la Jane Eyre de Charlotte Brontë. Ahora está claro. Me voy a nadar con Antoinette . ¿Quién? Ya te lo expliqué: la mujer loca. Resulta que se llama Antoinette. Cosway.









Esta es otra historia. Más larga. Más compleja. Nó sé si más literaria. No debería haberlas unido. Picasso, Garriga y Jean Rhys. Tres patas para un banco en el que me siento y no me caigo. He tenido la precaución de poner a Andrés Neuman como pata número cuatro, con permiso de Alfaguara. Andresito quiere contarme cómo viajar sin ver y yo cierro los ojos y le digo: ¡No veo, no veo, no veo! ¡Cuéntame! Y vuelve a deslumbrarme, como hizo con El viajero del siglo. Y me escapo con él. Y no sé si volveré para contarlo. Ahora voy a soñar con él. En este último viaje no se aceptan carabinas. No hay más pasajeros en su libro que él y yo. Su lenguaje es de caramelo.


Siempre me gusta leer varios libros a la vez, antes de dormir. Cojo uno, leo unas páginas, cojo otro, de él tal vez unos párrafos. Un tercero si hay tiempo, en él releo. El cuarto es el que no puedo dejar, el que me muestra la madrugada con otros colores, el que me hace mirar el despertador y decirle: un poquito más, unas páginas más. Bebo y bebo y me emborracho de letras y al día siguiente recuerdo algo, vagamente. Durante el día, cuando la luz me ciega y le pido prestadas las gafas de sol a Neuman, el anorak a Picasso, la locura a Antoinette y la coherencia a Garriga Vela, entonces recuerdo y pienso: ¡Dios, qué libros me estoy leyendo!


I.M.G.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Lostie de Luto


El domingo 23 terminó la 6ª y última temporada de una de mis series favoritas, a la que he seguido desde 2004, sin pausa y sin descanso. Soy una Lostie. I confess.
No voy a comentar aquí el final de la serie, puesto que hay muchos blogs y comentarios y entradas, y videos and so on, por la red, dignos de leer , de ver, de seguir y con mil teorías, antes que lo que yo pueda transcribir en mi Chawton St.
Como una imagen vale más que mil palabras, aunque a mí me fascinen las palabras, os dejo esta imagen, (no es mía y no sé a quien pertenece, pero la tomo prestada mientras no me llamen la atención), para publicar el sentir de una lostie como yo.
No revelo nada, por si alguien no ha visto aún el último capítulo. Yo soy de las que ha salido contenta con lo que ha visto y no me pregunto por todos los flecos sueltos y teorías sin resolver. Ahora la serie sigue en cada uno de nosotros y nosotros podemos darle respuestas según nos convenga. No van a hacerlo todo los guionistas, ¿no? Como en un buen libro, en el que los lectores deben hacer también su trabajo, esta serie nos deja participar y nos convierte a todos en guionistas, así pues ¿quién no se ha atrevido a serlo aún? Yo tengo mi propia teoría y mi propio final en base a lo que me han dado. Y no es ni más ni menos cierto que el vuestro, pero a mí, me convence.
Gracias a Lost por estos 6 años. Los he disfrutado como una auténtica Lostie.

I.M.G.

P.d.: Jate is Fate.

martes, 25 de mayo de 2010

De paseo por Chawton Street



Hoy tengo tiempo. Si me preguntas cualquier día, a cualquier hora y en cualquier lugar, siempre te diré que no lo tengo, pero hoy sí. Un poquito.


Hubo una vez, y esa vez abarca mucho tiempo, en que me creí su dueña. Durante esa vez memorable aprendí a escribir, a leer, a contar, a relatar, a enumerar, a dibujar, a jugar, a querer, a desear y a crecer. Vivo de las rentas de y desde esa vez.
Y aún escribo, leo, cuento, relato, enumero, dibujo, juego, quiero, deseo, crezco y envejezco, pero sin tiempo. Sin tiempo para todo lo demás.




Hoy tengo un ratito y me apetece dar un paseo. Te ofrezco mi mano. Pasea conmigo. Ya sé que tienes poco tiempo, como yo, pero hoy nos sobra un poquito. Compartamos nuestra fortuna. Quiero enseñarte algo.




Hoy quiero que conozcas la calle donde vivo: Chawton St.






I.M.G