domingo, 30 de enero de 2011

BATH (Festival de Jane Austen 2010) V

Jane Austen no amaba Bath. No escribió una sola letra en Bath. Sin embargo dos de sus novelas están ambientadas en esta ciudad que en su época era un complejo termal para los ricos.
Antes de que comenzara la cabalgata, mi amiga y yo nos fuimos a echar un vistazo por los alrededores. No hay un solo rincón en Bath que no merezca ser fotografiado. He aquí, en esta foto, tres ejemplos, por poner alguno, de lo que nos íbamos encontrando al paso, a tan sólo unos metros de la Abadía:


Hermosos, verdes y coloreados jardínes, el Puente Pultney y el río Avon. Los miré como los puede mirar un turista de hoy en día, también como una fiel seguidora de Jane Austen y sus libros y luego traté de imaginarme cómo los miró ella. Y es curioso, pero no me imagino que ella los viera con esta luz ni con este color, es como si al pensar en esa época todo fuera de color sepia.


He rescatado un extracto de una carta que Jane Austen le escribió a su hermana Cassandra el martes 5 de mayo de 1801, desde la casa de Paragon en Bath donde le cuenta cómo veía Bath en esa época, y no difiere mucho del color sepia que yo imagino:



"La primera visión de Bath con buen tiempo no colma
mis expectativas; creo que veo más claramente a través de la lluvia. El sol
estaba detrás de todo y el aspecto de la ciudad desde lo alto de Kingsdown era
todo vapor, sombras, humo y confusión..."


Regresamos a la Abadía, donde había quedado con Jane Odiwee y Victoria Connelly, ambas escritoras inglesas. Le comentaba a mi amiga, que temía no reconocerlas. Sólo habíamos hablado a través de nuestros respectivos blogs, pero al ser tan seguidoras de Austen, era como si nos conociésemos de antes. Faltaba la prueba clave: conocernos en persona. He de decir que fue superada con creces. Las reconocí de lejos. Estaban juntas, delante de la puerta principal de la Abadía, donde se iban congregando todos los participantes de la cabalgata. Yo temía que mi cara estuviera demasiado inflada para que me reconocieran. Mi amiga me tranquilizó y me dijo que mi cara había mejorado bastante. La verdad es que sólo me daba cuenta de que estaba inflamada cuando me veía en las fotos que nos hacíamos, por lo demás, no notaba nada. Jane y Victoria se dieron la vuelta justo cuando llegamos y me saludaron con una gran sonrisa y realmente fue como si nos conociésemos desde hacía mucho:












En esta página del blog de Victoria Connelly podreis ver un pequeño resumen de su visita a Bath ese día, y ahí me vereis con la bolsa de I love Darcy colgada del hombro, con ella recorrí las calles de Bath durante todo ese fin de semana. A Victoria le encantó el detalle y me hizo esa foto y me pidió permiso para exponerla en su blog. Permiso concedido, a pesar de la cara que luzco. El comentario que puso sobre la fotografía es el siguiente:
I also met my lovely friend Isa, who´d travelled all the way from Spain for the
festival. Here she is with her "I heart Darcy bag".




Comenzamos a hablar del tiempo, de Bath, de nuestra llegada, del retraso de nuestro vuelo, de la casa de Jane en Bath, de la de Londres de Victoria, de la cabalgata, de Málaga, de Cádiz, de la campiña inglesa, de los libros que ambas escribían, de las ilustraciones de Jane, de nuestros blogs, de Orgullo y Prejuicio, Sentido y Sensibilidad, Persuasión.... y a medida que la conversación crecía, se llenaba la plaza de personajes del siglo XVIII, como si los estuviésemos invocando nosotras y regresaran desde aquel tiempo sólo para cruzarse con nosotras.
Victoria y Jane repartieron postales y "octavillas" de sus últimos trabajos literarios. Unas horas más tarde firmarían ejemplares en una de las librerías. Nos mantuvimos unidas mientras duró la reunión de toda la gente que había sido convocada en la plaza, de todos los participantes en la cabalgata, y también durante el comienzo de la misma, pero después, tras intercambiar teléfonos, decidimos separarnos hasta la hora de comer, por lo tanto no hubo despedidas ni adioses, sólo un par de hasta luegos. Lo que sucedió es que no volvimos a vernos, y el por qué os lo contaré en la próxima entrada. De momento, os dejo unas fotos de la reunión de personajes antes del comienzo de la Promenade, justo entre la Abadía, la Pump Room y los Baños Romanos:








Continuará...


I.M.G.

Fotografías propiedad de Isabel Merino González. Septiembre 2010. Bath.

martes, 25 de enero de 2011

¿Confías en mí?

¿Confías en mí?
¿Cuántas veces hemos hecho o nos han hecho esa pregunta? Tal vez tantas veces como hemos dicho:

Confía en mí.
(Trust me).

Tanto en nuestra vida cotidiana como en el cine, siempre que existe una relación de cualquier tipo: paterno-filial, de amistad, de amor, de compañerismo, etc, etc... en algún momento surge esta pregunta o esta solicitud.

Como cada mañana, antes de empezar mi jornada laboral, entro en mi correo y le echo un vistazo a la revista Culturama, en la que trabaja un amigo mío como fotógrafo. (Es un gran fotógrafo). Esta mañana, me encontré con un artículo de Ignacio González Barbero que se titulaba: Sobre la confianza. Me interesó bastante. Tanto, que apenas un par de horas más tarde estoy hablando de ello en mi blog.
Siempre me ha interesado este tema, esta palabra equilibrista. Equilibrista porque siempre la imagino caminando por una cuerda de anchura ridícula, que cruza de un edificio a otro. Los edificios son altos, rascacielos, si la persona que representa uno de los edificios me importa lo suficiente, el otro soy yo. La confianza se balancea mientras camina sobre la cuerda. Cuando se cae, sé que no hay remedio. Se estrella contra el suelo. En alguna ocasión me ha sorprendido levantándose y caminando como si nada, volviendo a subir a la cuerda y a hacer malabares enseguida, como le gusta, pero para que eso suceda el vínculo ha de ser tan fuerte y tan estrecho que la confianza se vuelve íntima e inmortal. Pero ¿cuántas veces o con cuántas personas sucede eso? Cada uno tendrá su lista. Yo tengo la mía. Es cierto que a veces se salva cuando cae, pero generalmente vuelve herida o en un estado lamentable. Hay que saber y querer curarla. Es un trabajo de dos.

Pero basta de divagar y de construir metáforas manidas. Quiero hablar del artículo de esta mañana en el que leí que la existencia individual está determinada por las relaciones que establecemos con otros seres humanos y que a partir de estas construimos nuestro edificio vital. (Vaya con los edificios...). Y que estos vínculos tienen como base principal la confianza, en mayor o menor grado.

La confianza, según el artículo de Ignacio, es un acto de fe en el otro. Implica apoyo y respeto mutuo, lo cual significa un compromiso. Es algo así como jurar no dañar al otro. La seguridad propia se sostiene en la ajena, en el lazo mismo con el otro. Cuando establecemos relaciones íntimas, con nuestros seres más queridos, surge el amor, que genera un apego necesario para la continuidad del vínculo.

Cuando uno de los dos miembros quiebra esa delgada fina divisoria entre la confianza y la desconfianza, las consecuencias se vuelven extremadamente dolorosas. Al deshacerse los nudos que ataban el uno al otro, el amar mismo se resiente en ambos. No importa si lo que causó la desconfianza fue un acto voluntario o forzado. La traición es ya un hecho dado, sin importar su casusa. El sujeto traicionado pierde la fe en el otro y decae su capacidad de creer en general.

Interesante.
Realmente es una descripción acertada. ¿Cuántas veces hemos dejado de creer en las personas, en todo lo que nos rodea, en el mundo o el Universo sólo porque alguien a quien queríamos más que a nada, increíblemente, nos ha traicionado o ha traicionado nuestra confianza? Nos volvemos desconfiados sólo porque alguien nos dañó. Es ridículo. Pero pasa. Claro que pasa. A ti te ha pasado y a mí también. Luego, el tiempo lo pone todo en su sitio, y poco a poco volvemos a confiar. Aunque sepamos que un día u otro, alguien nuevamente nos fallará o seremos nosotros los que fallemos. La confianza es algo innato, puestos a pensar. Cuesta darla, pedirla, recibirla, mantenerla... pero no cuesta nada perderla. Años de construcción y como en un terremoto, en cuestión de segundos, de milésimas tal vez, todo se cae, se hace añicos. Desaparece.

El artículo, prosigue diciendo que la confianza es consecuencia directa de lo que uno realiza y por tanto, aparentemente, la tenue frontera entre aquella y la desconfianza puede volver a recorrerse a la inversa.
Esto me interesa aún más.
Se puede volver a confiar en alguien que rompió nuestra confianza. ¿Se puede? Se puede. Es lo que decía al principio, se cae de la cuerda entre los dos edificios, se estrella, se levanta y vuelve a subir a la cuerda y esta vez la pasa, pero el esfuerzo ha sido mayor, magullada y herida, ha tenido que subir por las escaleras, (el ascensor no funcionaba), hasta el tejado de ese gran rascacielos, que por si no lo he dicho, en este caso supongamos que el edificio es un altísimo rascacielos, y se ha enfrentado al viento de la azotea y al abismo de mirar hacia abajo y ha vuelto a subir a la cuerda para demostrarnos, que lo de antes, fuera cuando fuese ese antes, sólo fue un traspiés, (tal vez involuntario, como decía, o tal vez forzado), y que con esta nueva confianza volverá a cruzar una y otra vez esa cuerda y no volverá a caer.




Para dar este paso es necesario el perdón del otro, que depende del mayor o menor olvido de los actos cometidos. Así pues, el papel de la memoria es fundamental y a partir de ella el otro se erige como el ser humano en el que confío y sigo confiando.
A mi parecer, no sólo la memoria juega un papel definitivo, lo juega lo que la otra persona signifique para ti y obviamente el hecho del que se trate. Perder la confianza de alguien que apenas te importa, no duele mucho y se puede olvidar pronto. Perder la confianza de alguien a quien quieres, duele tanto que asfixia. Si duele tanto es porque se ha querido en igual medida, de manera absoluta.

Recuperar la confianza se trata de volver a construir, de volver a creer. De volver a dar una nueva oportunidad. De trabajar ambos. Uno volviendo a generar confianza, con sus actos, y el otro cediendo y dando tiempo, si cree que merece la pena salvar la situación o la relación sea del tipo que sea.

Debemos tener en cuenta, en el mundo de consideración que hemos creado, a aquellos que están incluidos en él, ya que cualquier acción que no observe la lealtad y el amor, vulnera la posibilidad y la continuidad del nexo personal de confianza.
Todos somos humanos y todos nos equivocamos, de acuerdo, pero cuidado, a veces, perder la confianza de alguien es irreversible.


¿Confías en mí?



I.M.G.





























domingo, 23 de enero de 2011

BATH (Festival de Jane Austen 2010) IV


Como decíamos ayer.... Decidimos hacer la visita a La Abadía antes de que comenzara la cabalgata. Mientras observaba el pórtico y lo fotografiaba, mientras accedía a su interior por la puerta principal, y leía en unas notas que La Abadía de Bath es una iglesia anglicana que anteriormente fue un monasterio benedictino, que se fundó en el s. VII, se reorganizó en el s. X y se recontruyó en los siglos XII y SVI y es uno de los mayores ejemplos de gótico perpendicular, no podía evitar imaginarme a una joven Jane Austen cruzándolo de igual modo, tal vez acompañada de Cassandra, tal vez acompañada de personajes que iba conformando en su cabeza, tal vez de un simple cuaderno con unas oraciones escritas. La abadía es de planta cruciforme y con capacidad para unas 1.200 personas. Observé las paredes, el techo, los bancos, todo con la misma intensidad que ella los habría mirado. ¿Acaso alguno de aquellos rincones había sido descrito fielmente en algunas de sus novelas sin hacer alusión al mismo? Tal vez. Me maravilló la luz que se colaba por las cristaleras, seguramente una luz más brillante se colaría por las mismas en época de Jane, cuando la polución era mucho menor. Aunque cuesta creer que haya polución en una ciudad como BATH, tan inamovible en el tiempo, sin embargo cientos de coches cruzan sus calles a diario y eso nos hace volver a la realidad y a nuestro siglo. En época de Jane, seguramente el sol era más brillante y en las calles habría mucho menos ruido y muchos más colores. Quisiera ver la Abadía, ver Bath, a través de sus ojos, aunque Bath nunca fuese un lugar en el que quisiera vivir, tal y como dejó dicho tantas veces a lo largo de su corta vida.


Abadía de BATH

Decidimos dejar el tour guiado de La Abadía para más tarde, pues se aproximaba la hora de la Cabalgata y yo había quedado en la puerta de la Abadía con dos escritoras que conocí en el blog de Austen Authors y a las que tenía bastante ilusión por conocer: Jane Odiwe y Victoria Connelly. Mientras se acercaba el momento de encontrarlas, iban llegando los primeros personajes de época. De repente, mi amiga y yo nos encontramos en BATH, a finales del siglo XVIII, aunque con las ventajas y las desvantajas de este siglo XXI.

Organizadores del Festival en la puerta principal de Pump Room, frente a BATH Abbey



A partir de ese momento, por todas las callejuelas que llevan a la plaza de La Abadía, llegaban Elizabeth Bennets, F. Darcys, Anne Elliots, Emmas, etc, de todos los lugares imaginable, esos y todos y cada uno de los personajes de los libros escritos por la joven Janey estaban allí representados por gente que aún hablando lenguas distintas, aún procediendo de lugares remotos, por un día eran todos familia, vestían las mismas ropas y se apellidaban Austen.

El entorno no ha cambiado nada, sólo las ropas y todo lo demás, tal vez habría que decir que sólo el suelo y los edificios son los mismos, tal vez restaurados, pero los mismos, tal vez lo único que Jane reconocería si se levantara de su tumba en Winchester y se diera un paseo por la ciudad que la acogió durante tantos años, donde vio morir a su padre. Sin embargo hoy, si volviera hoy, justo este día de la cabalgata, tal vez se sentiría como si el tiempo no hubiese pasado, porque a pesar del par de los siglos transcurridos, todo parecería estar en su sitio.

Mientras seguía llegando la gente, más de la que podíamos pensar o imaginar, vestida del siglo XVII y de ppios del XIX, decidimos darnos una vuelta por los alrededores y descubrir los maravillosos rincones de esta ciudad anclada en el tiempo de Persuasión. Mereció la pena. Pero eso os lo contaré en la siguiente entrada.

To be continued....

Nota: Fotos propiedad e I.Merino González.

I.M.G.


















viernes, 7 de enero de 2011

Una mañana de Enero, después de Navidad.

El ruido de los coches es soportable a esta hora de la mañana. Un niño unido por una cuerda a un coche de bomberos con la escalera desplegada cruza la calzada sin mirar a uno u otro lado, pero el tráfico se detiene. Lleva camiseta azul, pañuelo anudado al cuello, pantalón corto y sombrero de marinero. Parece haber huido de alguna postal coloreada de los cincuenta. Sonríe a su abuela que lo espera con los brazos en jarra tras la última raya blanca del paso de cebra. Me huele a regañina, pero cuando miro hacia atrás y el tráfico vuelve a rodar, el niño y la abuela se abrazan y sus sonrisas me muestran sus mellas.

El ventanal del segundo piso, donde cuelga un muñeco de Papá Noel que simula entrar, se abre. El aire es primaveral a pesar de Enero. Un muchacho se asoma. Viste traje oscuro. Se arregla la corbata observando las nubes. Fija su mirada en el autobús que acaba de estacionar en la parada. Suben varias personas. Varias personas bajan. El autobús vuelve a retomar la marcha por su carril. El intermitente naranja parpadea una y otra vez mientras se incorpora. El muchacho se santigua y cierra el ventanal con una fuerza que hace retumbar los cristales. El muñeco de Papá Noel cae al vacío.




Una Señora toma asiento junto a otra en el Circular 1. Aparentan la misma edad. Dos personas que comparten generación siempre tienen algo de qué hablar. Comienza una charla ñoña. La Señora, cuyo pelo blanco alcanza sus hombros y su falda sus tobillos, levanta la voz y menciona los tiempos en que Fraga Iribarne se hacía oír. El resto de los pasajeros del autobús se acomoda en su asiento y desvía la mirada hacia el exterior. La Señora arremete contra la juventud de hoy día. Arremete contra los cristianos que presumen de su fe y huyen de sus iglesias. Despotrica contra los colegios españoles que cierran sus puertas el día de la Cabalgata y el de Reyes. Los pasajeros devuelven la vista hacia el interior del autobús, la dirigen hacia la Señora. Esta grita en nombre de la educación que no hay derecho a que los niños tengan tantas vacaciones y tantos días de fiesta: <<¡Yo he sido maestra, sí, yo, durante muchos años y es una vergüenza, una vergüenza, que los niños tengan todo el verano, la semana santa, la blanca, los puentes, la Navidad y hasta el día de Reyes para hacer sus gamberradas. Así vamos, los últimos de Europa. Los niños europeos ya están en clase, y los españoles en la calle. Es una vergüenza. Y yo he sido maestra, sí, lo he sido, y siempre abogué por no tener más de una semana de vacaciones al año. Así es como se aprende, así es como se enseña. Mientras esto no sea así, jamás saldrá España de su miseria. Por eso los niños y los jóvenes de hoy día son unos incultos, unos maleducados, unos indeseables. Unos miserables!>> El autobús se amotina. Y suenan los timbres y los pasajeros, en silencio, la invitan a bajar en la siguiente parada. La Señora se baja, no sin antes gritar: <<¡Qué vergüenza! ¡Maleducados!>> El autobús se aleja. La Señora que ocupaba el asiento de al lado se adolece de los oídos. Se disculpa diciendo que de nada conocía a aquella loca y luego dice que es una pena llegar a ese estado. Tan sola, dice.


Un cuerpecillo adolescente sobresale de uno de los contenedores de basura de la esquina. Lleva calzoncillos celestes, hasta la cintura. Los pantalones se le caen. No lleva cinturón. Le asoman tres lunares formando un triángulo isósceles en la base de la columna. Alguien le dijo alguna vez que eso traía suerte. Él busca esa suerte entre papeles de regalos rotos del día de Reyes. Con una mano se tapa la nariz, con la otra rebusca. Con uno de los pies se empina. Con el otro trata de buscar apoyo para no caer dentro del contenedor. Ha encontrado una locomotora. Se escapa del contenedor, respira y levanta la locomotora en alto. La observa. Sus ojos son celestes. Aprieta con el dedo índice el botón donde pone On. Sus uñas están sucias. La locomotora tose. Las ruedas comienzan a girar. Silban. El adolescente sonríe y la deja en el suelo. La observa marcharse calle abajo. Cuando su vista la pierde, vuelve al contenedor. Introduce medio cuerpo. Vuelve a dejar al descubierto su triángulo isósceles de la suerte. Una hoja de lechuga lamiosa se le pega en la cara. Se la quita con la mano que rebusca en las bolsas. Al fin encuentra una bolsa cerrada con doble nudo, la saca. Se sienta en el bordillo y encuentra su fortuna: Unos mendrugos de pan no demasiado duros. Mientras los roe con ansia, un niño cae de su patineta y se hiere la rodilla. Llora. Una niña le arranca los pelos a su Barbie Sirena. Su madre la obliga a lanzarla al contenedor. La niña llora desconsolada. Alguien tose y deja caer unas monedas al suelo. El adolescente sigue comiendo. La locomotora silba a lo lejos.


Una treintañera se revuelve el pelo a lo garÇon frente a su ordenador. En 10 minutos se cerrará la puja. Ha estado dos semanas observando la pantalla. Es mi regalo de Navidad, piensa mientras puja. Es mi regalo de Reyes, se justifica mientras puja por quinta vez. Aún faltan dos días y su puja es la última. Nadie puede superarla. La subasta parece abandonada. Cree que sus ojos son los únicos que están atentos a los euros marcados en cada prenda. Necesita esa pulsera. Necesita ese cinturón. Se asoma a la ventana a tomar el aire. Un niño tira de una cuerda atada a un camioncito de bomberos. Cruza la calle. El tráfico se detiene. La treintañera vuelve la vista hacia el ordenador. 43€. Lleva una semana parado en los 43. Ella hizo esa puja. Sonríe. Se vuelve a mirar por la ventana. Un muñeco de Papá Noel se ha estrellado en la acera. Un perro lo olfatea, levanta la pata y se hace pis en sus barbas. La treintañera se lleva las manos a la boca. Desea salvar al viejo de rojo. Se pone la chaqueta y se dispone a bajar. Alguien, al otro lado de la pantalla ha pujado. 48€. Suelta la chaqueta sobre la cama, vuelve a la silla y marca 53€. Piensa que ahora sí es insuperable. Faltan 7 minutos para el final de la puja. 58€. Se enfurece, le grita al ordenador. Marca 63€ mientras mira el saldo de su cuenta en otra pantalla. Quedan 5 minutos. Se vuelve a asomar la ventana. El aire de la habitación se ha vuelto asfixiante. Una mujer de pelo blanco se baja del autobús. Grita a todo el que pasa: <>. Enciende un pitillo y vuelve al ordenador. 68€. No se lo puede creer. Aprieta el pitillo contra el cenicero que compró en Moscú. Sus dedos corren más que su razón. Ahora se trata de ganar. Marca 73€. Sólo queda 1 minuto. La pulsera es suya, piensa mientras oye sus propios latidos. Entonces alguien puja por el cinturón. Estaba en 20 y pasa a 25€. Ella ya no quiere el cinturón, pero puja: 30€. Faltan sólo 50 segundos. Se desabrocha el vestido, también el sujetador. Respira. Unas gotas de sudor se le arremolinan en la frente. Le pican los ojos. Pestañea varias veces. 78€ marca alguien en algún lugar del mundo, conectado a esa misma página, resuelto a obtener el mismo tesoro que ella ansía. Quedan 20 segundos. Se asoma a la ventana de nuevo, sólo a respirar un segundo, mientras toma la decisión final. Un adolescente le da un bocado a un mendrugo de pan mientras una niña lanza su Barbie calva al contenedor. La treinteañera rebusca en sus bolsillos y le lanza unas monedas al chico. El adolescente sigue saboreando su mendrugo de pan. La treinteañera vuelve al ordenador. Mira la pantalla. Cinco segundos. Cierra los ojos y toma una decisión.



I.M.G.