Yo quería ver nevar en Londres. Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Stansted me preocupé de destaponar mis oídos y luego de mirar por la ventanilla, esperando ver el suelo del aeropuerto cubierto por un manto blanco. Pero no. Era de noche y un frío helado, bajo cero, nos hizo bajar corriendo las escaleras del avión para refugiarnos en los pasillos del aeropuerto. Una vez en las colas del control de pasaportes, pudimos medio entrar en calor. Pues ya que hace este frío, que nieve, decía yo. Tú no sabes el frío que hace cuando está a punto de nevar. Me encogí de hombros. Yo quiero ver nevar en Londres, insistí. Qué perra te ha cogido con eso. Sacamos los billetes de tren, (Stansted Exprés), y en media hora llegamos a Liverpool Station. Nada más salir de la estación para coger el taxi que nos llevaría al Montana Hotel, (soy asidua de este hotel en South Kensington, cerquita del Museo de Historia Natural), miré al cielo. Ni una nube. Miré al suelo. Ni una mota de nieve. Pues ya que hace tanto frío... Qué pesada.
Amaneció la mañana del 3 de Febrero sin una sola nube en el cielo. Un sol espléndido se colaba por los ventanales de nuestra habitación. No, Isa, no va a nevar, me dijeron al unísono mis tres compañeras de viaje. Camino de Leicester Sq, (parada obligada para los amantes de los musicales que quieran conseguir entradas low cost), recordé las palabras del biógrafo Peter Ackroyd: la capital británica posee la forma de un joven con los brazos abiertos en un gesto de liberación... fresco y recién despierto.
El sol cegaba nuestros ojos durante el paseo por Charing Cross, Trafalgar Sq y el Strand (Recuerdo que mi paseo por el Strand fue el arranque de mi apasionamiento por Londres, escribió Henry James), camino de Somerset, donde íbamos a ver una exposición de cuadros de Van Gogh y Manet, entre otros, y el frío nos hacía saltar las lágrimas. ¿Cómo podía hacer tanto frío y no nevar? Dos nubecillas cruzaban el cielo. Se burlaban de mis deseos. La exposición fue una maravilla, by the way. Proseguimos camino por la City, frente al Palacio de Justicia, le hicimos la justa reverencia al Dragón, alzamos la vista hacia la cúpula de St. Paul, visitamos la tumba del capitán Smith, (el de Pocahontas), en St. Mary Le Bow y tras hartarnos de ver hombres enchaquetados, (algunos visten el traje que da gusto fotografiarlos), nos dirigimos al mercado de Lidenhall. Una maravilla. Cuando el hambre devoraba nuestras entrañas, andábamos muy cerca de la Torre de Londres y el Sol seguía guiñándonos desde el otro lado del Thames.
Con la tripa llena, y camino de la Tower Bridge, (incontables las veces que he estado frente a ella), y tras el saludo al Beefeater de la puerta de The Tower, recordé el dictum más famoso que se ha escrito sobre la capital británica, y que pertenece a Samuel Johnson: Cuando un hombre se harta de Londres es que está harto de la vida, pues en Londres se encuentra todo cuanto la vida puede proporcionar. Londres todo lo contiene y todo lo encierra. (Como podréis comprobar, apenas había una nube en el cielo. De nieve, pues, nada de nada. El helor se nos colaba dentro, a pesar de las capas de ropa térmica, de los gorros, guantes y orejeras). Un paseo por Southbank y su catedral gótica, una visita al Globe de Shakespeare, un saludo a la Tate Modern, un cruzar el Millenium Bridge, y junto a St. Paul cogimos el 15 para desplazarnos hacia una de las zonas de comercio más caros de la ciudad: New Bond St. Nuestra meta, si había alguna aquella tarde era compramos una caja turquesa en Tiffany´s. ¿Y la joya? Bueno, hay que empezar por algo, ¿no? Llegamos a Tiffany´s, donde convergen New Bond St. con Old Bond St. y Tiffany´s estaba ya cerrado. Nos hicimos una foto emulando a la Holly Golightly de Truman Capote, o más bien, a Audrey Hepburn en la película, pero no queráis verla, sólo se parece en las letras del establecimiento. Un paseo por Burlington Arcade hacia Picadilly, es obligatorio y luego, la merienda estrella en el Café Nero: Tarta de queso de tres chocolates, trufa y galleta con Café capuchino macchiatto y un buen chorreón de caramelo y canela, con un toque de vainilla en polvo, mmmm. (Es un capricho que tengo siempre que vuelvo a Londres, sea la época del año que sea).
Durante el paseo hasta Picadilly Circus, nos encontramos con algún caricaturista, y no pude evitar acodarme de lo que Leandro Fernández de Moratín contaba sobre ellos en su libro Apuntaciones sueltas de Inglaterra: Las caricaturas inglesas son muy divertidas, hay tiendas en Londres que pueden lalmarse almacenes de ellas, tal es su abundancia.
Es noche cerrada y apenas son las siete y media de la tarde. Ni rastro de nubes. Se divisa alguna estrella suelta entre las luces de neón, muy arriba, donde la vista apenas llega. No conseguimos entrada low cost para ningún musical, el precio mínimo estaba en 68 libras, y lo dejamos para el sábado, a ver si había suerte, pero tan cerca del teatro Prince of Wales en Coventry St, y con frío de bajo cero, ¿cómo no acercarnos en el momento en que todos entraban, a probar suerte? Podría llamárseme loca, o ilusa, pero aún así, había que intentarlo, ¿y si quedaban butacas vacías y las dejaban a un precio ínfimo de última hora?. La jugada nos salió infinitamente mejor de lo que podría esperarse. Cuando nos dábamos por vencidas, aparecieron cuatro entradas, en el patio de butacas, a apenas 7 filas del escenario, (podíamos ver el paladar o la campanilla de los actores cuando bostezaban en el proscenio), por 34 libras cada una.
El musical: MAMMA MÍA. (De acuerdo que lo he visto ya dos veces anteriormente, pero fue en español, en Madrid y Málaga, y déjenme decirles, que no es lo mismo oír las canciones de Abba, (por muy bien versionadas que estén), en inglés que en español). Terminamos la noche bailando y cantando con el resto del público Waterloo a todo pulmón. Oh, cuánto disfrutamos la noche, (soy una auténtica fan de Abba, de esas que tienen todos sus discos y se saben todas las letras, y tienen vídeos y conciertos, y se queja de no haber podido disfrutar de un concierto suyo en directo), que no acabó en el teatro, no, terminó como siempre, en Picadilly, Shafestbury, Regent St... y toda esa zona que tiene un encanto nocturno especial, aunque esté abarrotado de gente. Cuando cerramos las cortinas de la habitación, la Luna no tenía cerco. Me quedé dormida enumerando los musicales que he visto en Londres: Wicked, Hairspray, Legally Blonde, Ghost, Grease, Mamma Mía, 80th Anniversay Theater Apollo... y de repente, soñando con la nieve hasta el amanecer. Cuando sonó el despertador, sobre las 7:30, el sol se colaba entre las cortinas, el día amaneció absolutamente despejado, pero el frío era aún más intenso que el día anterior. ¿Era eso posible?
To be continued...
Entrada dedicada a Patri, Bea y Cris.
I.M.G.