lunes, 23 de julio de 2012

D.E.P. Esther Tusquets

El Sábado 13 de noviembre de 2010 conocí a Esther Tusquets y a su hermano Oscar en el Festival Eñe de Madrid. 

Me encontraba rememorando un sueño que tuve la noche anterior, cuando se apagaron las luces y los focos iluminaron a los hermanos. La sala estaba llena de gente. Conocía Tusquets. Conocía Lumen. Pero nunca había pensado que conocería a Esther y a Oscar, y sentía ese cosquilleo de la primera vez.

Esther, que publicó su primera novela en 1978 y que dirigió durante casi 40 años la editorial Lumen,  tomó la palabra. Llevaba las uñas pintadas de rojo y trataba de ver al público en la oscuridad. "Partimos de cero en esto de ser editores", dijo. "Éramos muy ingenuos", acotó Oscar que arropaba a su hermana en todo momento.  Parecían dos niños. Dos niños en cuerpos de mayores. Discutían como niños, se sonreían como niños, recordaban su infancia y volvían a ser niños. Y hablaban de su madre, como hacen los niños. De papá y de mamá. De las cuidadoras. De la playa. De los perros. De libros donde la fotografía y el texto tuvieran la misma importancia. 

Me dio la sensación de estar sentada en la salita de su casa, escuchándolos charlar, los tres apoyados en cojines, ellos absortos el uno en el otro, yo una intrusa que escribe cuanto hablan. El acento catalán rebota en las paredes. Se interrumpen al hablar, como dos chiquillos. Se miran con admiración. Se ríen juntos. Me río con ellos. El público, yo incluida, hemos desaparecido. Y ellos siguen charlando el uno con el otro, como si no existiera nadie más en el mundo. Se contradicen. Se riñen. Discrepan. Y al final, se dan la razón y Esther ser ríe en voz alta. 

Costó más de un año reunirlos en una conferencia en Madrid. Y allí estaba yo. Así fue mi primera vez. 
(Hice una crónica sobre esta conferencia en su día. Si os interesa volver a leerla, os dejo aquí el enlace: Pincha aquí

Esther se mostró muy amable cuando me acerqué a saludarla y a expresarle mi admiración por su carrera editorial y literaria. Le regalé un ejemplar de álbum de familia, el primer libro de relatos de mi grupo puntoyseguido. 

Isabel Merino y Esther Tusquets
13/11/2010 Festival Eñe (Madrid)


Un año más tarde, el 12 de noviembre de 2011, durante el último festival Eñe, tuve ocasión de volver a saludar a Esther Tusquets. (Pincha aquí para leer la crónica que hice en este blog sobre el encuentro con Esther Tusquets). Esta vez su hermano no se encontraba arropándola, pero en su discurso nunca faltaban palabras de cariño para Oscar, (sin tilde por favor, suele quejarse su hermano, no me gustan los acentos en las mayúsculas), con quien había estado preparando un libro, Tiempos que fueron,  que vería la luz unos meses más tarde y que habían escrito a base de correos electrónicos, discusiones, y risas, ningún lamento. Fraternales desencuentros. 

No es cierto todo lo que cuentas de nuestra familia, dijo Oscar en una ocasión. 
Pues escribe tú, contestó Esther. 

Y Tiempos que fueron, (Bruguera),  es el reto aceptado. 

Un año más tarde de nuestro primer encuentro no la encontré muy cambiada, quizá con pasos más torpes, pero como decía, ¿acaso no lo somos todos a oscuras? Volví a regalarle un libro, Cuando vivíamos aquí, el segundo libro publicado por mi grupo puntoyseguido. Se entretuvo en leer la dedicatoria mientras yo le contaba alguna anécdota del año anterior. Sonrió complacida con las palabras que le dejamos escritas. Y comenzó la entrevista que ya dejé por escrito en este blog, cuyo enlace, por si os interesa volver a leerla, he dejado unas líneas más arriba. Merece la pena, aunque nunca será lo mismo leer una entrevista hecha a Esther Tusquets, que disfrutarla en directo. Cosa que ya no volverá a suceder. No sé cómo afrontaré el Festival Eñe de este 2012 cuando llegue. Sin duda, echándola de menos. Hoy se nos fue Esther Tusquests. Esta misma mañana del 23 de Julio de 2012. Y me siento muy apenada por ello. 

Esther Tusquets firmándome un ejemplar de Confesiones de una vieja dama indigna
12 Nov. 2011 Festival Eñe de Madrid

Me sonrió cuando me acerqué a la mesa, después de la conferencia. Uno de sus títulos autobiográficos me había seducido completamente: Confesiones de una vieja dama indigna (Bruguera). El libro es una joya. La portada un acierto tan completo como el título. Es un baúl en el que al abrir esa tapa de piedras preciosas, encuentras todo lo que esperabas, incluso lo que no. A lo largo de los años, en privado y con la ironía que la caracterizaba, decía: 

Acabaré siendo una vieja dama indigna, haré lo que quiera y diré todo lo que pienso. 
(Yo también quiero serlo, llegado el momento, apunto)


Sin saberlo, aquella sería la última vez que la vería. Nos sonreímos, cuando me entregó el libro y le di las gracias. Nos dijimos adiós. Y pensé que habría una vez más, al menos una más. Pero ella quería irse pronto. Lo dijo en su charla. No quería vivir tanto tiempo. Me preocupa más qué será de mis perras, confesó. 

Hoy quería rendirle homenaje a una persona que me ganó con su personalidad, con sus textos, con su naturalidad y firmeza a la hora de hablar, con su ironía, con su amor por los animales, con su sabiduría y su manera de ver y caminar por la vida. Una persona que me ha hecho y me hace sonreír.  Era una mujer que te llegaba cuando la conocías, que te inspiraba ternura y admiración a la vez, o al menos, eso me pasó a mí. Me caló. 

Era tan racional y certera como apasionada, decía Ana María Moix, una de sus mejores amigas. 

Hoy, soy una más la que llora tu muerte.
Descansa en paz Esther Tusquets. 

Esther Tusquets rodeada de libros


Algunas frases de Esther Tusquets: 

Lo que sé del mundo y de la vida l ohe aprendido en las novelas. 

Tengo la disciplina de leer poco los periódicos. 

El autor no está en el argumento de su obra, sino en su coma. 

Estás mucho más tú en tus novelas que en las biografías. 

Sólo escribo aquello que sólo pienso que yo puedo escribir. 

Tener un hombre con el que no te aburres es maravilloso. Yo el único hombre con el que no me aburro es con mi hermano Oscar. 

Mi hermano es repelente. Todo lo hace bien. Yo lo hago todo mal. soy tacaña con la ropa y cuando me la compro parezco una zarrapastrosa. Conduzco mal. Nado como un pato. 

Mi madre me ha dado para mucha literatura. 

Nunca escribo pensando en los lectores ni en las feministas.

Yo creo que las mujeres somos mejores y que no estamos en situación de igualdad. 

La educación actual es pésima. 

En España hay un gusto desmedido por prohibir. Es un vicio. Yo odio prohibir y que la gente se convierta en alguacil ayudando  a este tipo de cosas. 

La crisis la ha producido un egoísmo tremendo. 

Los editores no se interesan nada por los libros. He estado en reuniones en las que se interesaban más por cuándo saldría la película de tal libro en lugar del libro. 

Ya dije que un pequeño editor no puede andar a la caza de best sellers convocando premios millonarios, firmando cheques en blanco o pujando en subastas internacionales. Si no puede comprar best sellers tiene que crearlos o intentar descubrirlos entre títulos y autores que todavía no lo son. Es cuestión de olfato, sin duda. Pero también es cuestión de suerte. 

Lo malo no es copiar, es copiar de los escritores malos. 

He decidido que la riqueza no está bien.

Me enamoré de Jordi perdidamente, expresión que me encanta y he hecho mía. 

Sabía que no le iba a gustar, pero no esperaba una hecatombe de aquella magnitud, aquel paroxismo de llanto, de desesperación, súplicas, amenzas, acusaciones, arrepentimientos, declaraciones de amor, propuestas de matrimonio inmediato. ¿No era eso lo que yo quería?

Mi desacuerdo con el mundo empezó pronto.

El año pasado creí que iba a morir, no tuve miedo, pero sí pensé en el futuro de mis perras. 

No quiero que me incineren. Quiero que me construyan un panteón cerca de Vicenza. 

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A la memoria de Esther Tusquets, que murió esta mañana, a los 75 años en el Hospital Clínico de Barcelona debido a una pulmonía. Este martes será enterrada en Cadaqués (Girona), donde el mismo mar de (casi) todos sus veranos. 

Tengo sensación de final y quiero empezar a ir ligera de equipaje. A mi edad, uno se lo puede permitir todo. 




I.M.G.
@isamerino




martes, 3 de julio de 2012

Lo que aprendí de Ágatha Christie

Aprendí lo que es un templete, cuando con quince años, me regalaron un libro de Ágatha Christie llamado El templete de Nasse House

Por aquel entonces coleccionaba todas sus novelas, en edición de bolsillo. Me encerraba en mi cuarto, cogía papel cuadriculado y bolígrafo y anotaba los nombres de los personajes y la relación entre ellos, tal cual aparecía en las primeras páginas del libro. (He tomado prestada de ella esa costumbre, y nunca empiezo o termino un relato sin hacer una relación de personajes al estilo Christie). No soltaba la novela hasta terminarla, esa misma tarde, tuviera las páginas que tuviera. Era tan curiosa entonces, que no podía esperar al día siguiente o al otro, para saber quién era el asesino, o cómo Poirot, oh, sí, eso era lo mejor, llegaba a la conclusión, mientras comentaba las pistas con todos los sospechosos,  y terminaba averiguando delante de mis narices quién lo había hecho. Siempre me sorprendía. Supongo que como a casi todos sus lectores. Por eso, quien se encuentra con Ágatha Christie una vez, la primera vez, siempre repite. 

No sé cuántos libros de ella logré coleccionar. El que más me marcó fue Después del funeral

Si con Jane Austen me aficioné a los edificios georgianos, con Ágatha Christie lo hice a los vastos edificios victorianos, sobre todos los construidos según el estilo gótico, como el Enderby Hall que mandó construir Cornelio Abernethie en esta novela en la que la mayoría de sus personajes, como tantos otros repartidos en el resto de sus novelas, comparten nariz aguileña. 

Aunque, he de confesar, que lo que más me enseñó esta novela fue a encontrar el camino de la escritura. Así, tal cual suena. Le debo muchas hojas en blanco rellenas, muchos comienzos. La he usado como hilo del que tirar. He invocado a través de ella a las musas o como quiera que se les llame a los amos de la inspiración. Y nunca me han fallado, ni esa hacha, ni ese collar, ni esa calavera, ni todo lo que ocurre dentro de esas páginas. Solía pensar que el espíritu de Ágatha Christie se quedó allí escondido, para mí. Ilusa..., que no loca.

El primer libro de Ágatha Christie que me regalaron, el detonante de mi afición por la novela de misterio en mi época adolescente, fue El misterio del tren azul. Con esta novela viajé al litoral sur de Francia, me enamoré de los rubíes y aprendí lo que era el papel del alter ego en una novela. 

Queda poco de aquella adolescente en mí, pero todo eso, lo recuerdo.   ¿O será al contrario, que olvidé todo y la adolescencia persiste? No logro ponerme de acuerdo. Pero sigamos con las enseñanzas de Mrs Christie, que al final va a tener parte de culpa de que yo siguiera leyendo, y cada vez más, y de que siguiera escribiendo, y cada vez más, y de que empezara a concursar. Sí, de eso seguro. Mi primer concurso fue por culpa de Ágatha Christie. (Tenía una amiga que siempre decía que yo tenía que echarle siempre la culpa a alguien de todo, pues bien, en este caso, la culpa se la echo a Ágatha, con vuestro permiso, y para darle por una vez la razón a ella). 

Cursaba yo el C.O.U., (último año de Instituto, que ahora no sé cómo se le llama, a mí me encantaba decir que estaba en C.O.U.), cuando mi profesor de Filosofía, Salvador Macías, me paró en uno de los pasillos y me dijo: Así que te gusta leer. Y le dije, sí,  leo mucho. ¿Y qué lees? En mi mente hice una selección de las mejores obras leídas desde mi época del colegio hasta ese momento. Debí tardar mucho en confeccionar esa lista o en dar una respuesta, por lo que una compañera que venía conmigo, dijo: Ágatha Christie. Se lo lee todo de Ágatha Christie. Y escribe también. Mucho. Y de misterio. Y de amores. Todo muy bonito. Sonreí sin enseñar los dientes. Mi lista se fue al carajo. Salvador me miró y dijo: Interesante. Sí, Isabel, sí. Adoptó la figura de El Pensador de Rodin y dijo: ¿Por qué no te presentas al concurso de relatos del Instituto? Y me presenté. No gané. La novela corta  que envié se llamaba algo así como "La verdadera historia de Papá Noel y los Reyes Magos". Con un título así no creo ni que lo leyeran. Yo no lo haría. Ni siquiera era Navidad. 

Muchos años más tarde de esa anécdota, tantos como los que separan 1990 del 2012, con todo lo que ha llovido y soleado en medio, me encuentro un día con que un tal John Curran publica un libro llamado Los cuadernos secretos de Ágatha Christie y dos relatos inéditos de Poirot. Y de repente resurge la pequeña Christie que había vivido en mí a finales de los ochenta y principio de los noventa, y vuelvo a buscar los viejos libros olvidados en una estantería y a reconocer que mucho de lo que hoy soy, literariamente hablando, se lo debo al énfasis que puse en aquellas lecturas de la época del Instituto. Aunque Christie y yo no tengamos nada que ver en la técnica, en la filosofía, en la entrega, en las resoluciones, tramas , etc etc, pues no hay un solo relato mío, (bueno sí, uno que publiqué hace tiempo: De corte griego, clásico y elegante), que trate de misterio o asesinatos, sé que parte de lo que sé, y que venía conmigo antes de acudir a mis primeros talleres literarios hace siete años, se lo debo al estudio que hice de sus novelas, de su forma de escribir o encarar el papel en blanco.

 Por eso compré el libro de Curran. Por eso aún sigo leyéndolo, a sorbitos. ¿Que si merece la pena? Desde luego que sí, desde mi punto de vista, pues gracias a él, sigo aprendiendo cosas de la maestra del suspense, y no sólo en cuanto a misterios, si no, cómo se construye algo que han leído y leerán generaciones tras generaciones, ese libro esconde el esqueleto del cuerpo de las obras de Ágatha Christie. Un cuerpo sin esqueleto, es insostenible. 


I.M.G.
@isamerino